Más de 3000 fieles bautizados acudieron el viernes 17 de marzo a la Plaza de Banderas y caminaron juntos “hacia la reconciliación”, así se identificó la Marcha del Perdón 2023. Esa noche en la ciudad de Cúcuta, se reiteró que este pueblo de Dios ha edificado una Iglesia viva y dinámica, que busca el perdón del Señor, para seguir construyendo la paz.

Fotos: Centro de Comunicaciones de la Diócesis de Cúcuta

La Marcha del Perdón es una de las más representativas manifestaciones públicas de fe que, la Diócesis de Cúcuta promueve y logra reunir a todas las fuerzas vivas de esta Iglesia Particular, para vivir un gran momento de arrepentimiento, perdón, reconciliación y oración.

La bendición inicial fue impartida por el Arzobispo emérito de Villavicencio, Monseñor Óscar Urbina Ortega, quien es, además, nortesantandereano y fue el sexto Obispo de Cúcuta; precisamente hacia el año 2000, cuando la Iglesia Católica celebraba el Año Santo Jubilar, fue inaugurada la Marcha del Perdón, en cabeza de Monseñor Óscar, por lo que volver a presidir este momento, 23 años después, fue representativo para el Arzobispo y la Iglesia de Cúcuta: “Me siento muy contento y agradecido, porque hace 23 años yo estaba acá como Obispo… Agradezco que hayan seguido con esta bella experiencia”, expresó Monseñor.

 

 

Para este año, cada vicaría organizó la representación de una parábola de la Sagrada Escritura, para reflexionar sobre aquellas escenas de la vida cotidiana que han provocado sufrimiento. La vicaría San Rafael, dramatizó ‘El buen samaritano’ (Lc 10, 29-37); ‘El siervo sin entrañas’ fue uno de los personajes que más llamó la atención (Mt 18, 23-35), y estuvo a cargo de la vicaría San José; la vicaría San Pío X, representó creativamente ‘La oveja perdida’ (Lc 15, 4-7); y a la vicaría San Luis, le correspondió ‘El padre misericordioso’ (Lc 15, 11-31).

 

 

 

Estos actos centrales se llevaron a cabo en el sitio de encuentro, donde también intervino el padre Álvaro Gutiérrez y su ministerio musical, para alabar a Dios y fortalecer la fe de los asistentes.

El recorrido de la manifestación fue por la Diagonal Santander, subiendo por la avenida segunda, para cruzar por la calle décima, hasta llegar al parque Santander, y finalmente, ubicarse en torno al atrio de la Catedral San José. Toda la manifestación estuvo acompañada por los sacerdotes, diáconos, religiosos, seminaristas, miembros de los movimientos apostólicos y fieles bautizados, quienes clamaban: "Perdón, Señor, ¡piedad!". Se destacó también el acompañamiento de la banda marcial Inmaculado Corazón de María, del colegio Claretiano de Cúcuta; de igual manera, la Policía Nacional, la Defensa Civil y Bomberos, estuvieron pendientes de toda la actividad.

Al llegar al atrio de la Catedral San José, hubo una nueva intervención musical, gracias al padre Álvaro Gutiérrez; por su parte, Monseñor Urbina Ortega, realizó la reflexión final y bendijo las manos de los presentes, para ponerlas al servicio del bien común.

 

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Fotos: Centro de Comunicaciones de la Diócesis de Cúcuta

El sábado 11 de marzo, los coordinadores de catequesis de las parroquias de la Diócesis de Cúcuta, se dieron cita en el auditorio de la parroquia San Antonio de Padua, ubicada en el centro de la capital nortesantandereana, para vivir un encuentro fraterno y formativo, como comisión diocesana.

Convocados por el presbítero Yhon Pablo Canedo Archila, delegado de la pastoral, y acompañados por el diácono Clement Jaimes Sepúlveda, quien hace parte de la comisión, revisaron cómo se llevó a cabo el envío de catequistas el pasado 19 de febrero y evaluaron situaciones concretas para mejorar y fortalecer la pastoral. Además, se anunció que en la Iglesia Particular de Cúcuta se va a retomar la Escuela Parroquial de Catequistas (ESPAC), la cual imparte formación catequética de acuerdo a los desafíos de la Nueva Evangelización, brindando información verídica y actualizada, conforme al magisterio de la Iglesia Católica.

La ESPAC es un proyecto catequético que nació en Bogotá hace 40 años, fundada por Monseñor Carlos Sánchez Torres; iniciativa que se abrió espacio en las demás Iglesias Particulares de Colombia, dado que su misión es “formar y ubicar a los catequistas en su tarea evangelizadora dentro de la comunidad parroquial, proporcionándoles una formación catequística orgánica y sistemática, de carácter básico, dentro de la modalidad de una Escuela de Catequistas como espacio particularmente válido para su formación espiritual, doctrinal y apostólica”.

Por: Sem. Rafael Darío Aparicio Rubio, servicio pastoral en la parroquia Nuestra Señora de la Esperanza 

La Palabra de Dios hecha carne, Jesucristo el Verbo Encarnado, resuena en la Iglesia, como es­peranza de las gentes y realización profética de las promesas, lo que Dios había enseñado a su pueblo a esperar y lo que las gentes a tien­tas anhelaban, encuentran en el Cristo de Dios una respuesta que les sobrepasa. De modo que “ya no es necesario arrebatar una esperanza a los Cielos”, ellos mismos se han abierto para destilar el suave manjar de la luz dulce que salva.

Este diálogo de amor de Dios con los hombres se realiza como alian­za, de la cual la Sagrada Escritura es “testimonio normativo”, de he­cho, la palabra testamento (cf. A.T – N.T), quiere decir precisamente eso, alianza. Y de ella los profetas son instaurados como heraldos y de­fensores de aquel diálogo que tiene en suspenso los amores; el amor de un Dios que quiere desplegar su mi­sericordia y el amor de un hombre que con sus trazos opacos ennegre­ce muchas veces los planes de Dios. Pero este Dios que es creador crea­tivo no deja de visitar estos lugares para sorprendernos con una vida que es alegría que hiere al corazón. 

El “libro uno” que es la Biblia, es al mismo tiempo el diálogo de las vo­ces que se confrontan con el único Verbo. Este “relato total” que va del libro del Génesis al libro del Apoca­lipsis, se pliega sobre sí mismo una y otra vez, de modo que los procesos de realización de las promesas se van haciendo más y más gloriosos, esto es, más y más profundos y con­sistentes, pero al mismo tiempo y de modo paradójico, más a forma de cruz, se rasgan desde adentro y des­pliegan vida allí donde se presentía la muerte total y el abandono total. 

Que este libro único sea leído como un todo no totalizante, no debe hacer perder de vista la brecha que se abre en el lugar donde Antiguo y Nue­vo Testamento entran precisamente en relación, Cristo como principio hermenéutico, como exegeta del Padre, no viene a abolir al escriba Moisés, sino que lleva las letras al lugar donde en el espíritu dan gloria al padre. La fisura del evento Cris­to en su existencia terrena y en el drama de su vida, Pasión, Muerte y Resurrección crea para sus propios discípulos un despliegue propio de “memoria fecunda”, la comunidad cristiana hace «memoria de la escri­tura» y la escritura de Israel “clama por un oriente”. 

Busquemos ilustrar sirviéndonos de algunos textos bíblicos las ideas anteriores que hemos presentado a la reflexión: en primer lugar, cf. Jeremías 29, 11: “les daré un futu­ro y una esperanza”, y a su vez Je­remías 31, 31-34, la profecía de la nueva alianza (Nuevo Testamento). Sin entrar en detalles, estos textos proféticos presentan una orienta­ción futura, el mismo profeta habla de un futuro (“llegarán días”), en un primer momento tales promesas po­drían leerse con una realización pos­terior a la catástrofe del exilio que marcó la memoria colectiva del pue­blo de Israel, conocidos son también los innumerables textos que esperan la llegada del Mesías, que pasa de una esperanza de realización histó­rica a la espera del cumplimento es­catológico. Esto nos podría permitir decir una cosa, la escritura de Israel mantiene una apertura al futuro, los profetas escriben tratando de custo­diar la relación de alianza y su pro­clamación no busca ser excavación arqueológica sino fuente de vida fu­tura y presente. 

Un detalle que cabe mencionar, es que, en la biblia hebrea, la predomi­nancia toda corresponde a la Torah -pentateuco o ley de Moisés-. Los profetas y los otros escritos no es­tán al mismo nivel de la Torah, ellos realizan un proceso de reescritura y se colocan como interpretes auténti­cos, pero no en el mismo nivel. En cambio, en nuestra lectura católica del Antiguo Testamento todo ad­quiere valor de «profecía», la clave de lectura profética que ofrecen los escritos del Nuevo Testamento muestra que estos escritos tenían una apertura fecunda al evento del Cristo, que ellos como escribas que se han hecho discípulos del rei­no saben sacar del tesoro cosas vie­jas y nuevas (cf. Mt 13, 52). 

Si, en primer lugar, hemos dicho que las escrituras antiguas tenían «tensión interna» a la realización futura, y en segundo lugar hemos dicho que tal tensión adquiere un valor especial cuando confrontado al evento Cristo, lo que hizo que ya los cristianos leyeran todos los escritos del Antiguo Testamento en una dinámica de cumplimiento y actualización de las promesas. Es­cuchemos 2 Pedro 1, 19: «Y tene­mos también la firmísima palabra de los profetas, a la cual hacen bien en prestar atención, como a lámpara que luce en lugar oscuro, hasta que despunte el día y se levante en sus corazones el lucero de la mañana». La relación de los dos testamentos por tanto no es vivida como una so­lución de compromiso, con un falso irenismo que a nombre de una paz ilusoria abandona el drama y escán­dalo de la pasión de la verdad. 

La tipología de cumplimiento pro­fético de las profecías es uno de los modos con los cuales se intenta res­ponder precisamente a esa pregunta existencial por la relación que se da entre los dos testamentos, entre la Iglesia e Israel, esta unidad no pue­de darse unilateralmente, ni en una vaga continuidad como si el evento Cristo fuese la deducción lógica de una serie de enunciados y mucho menos en la discontinuidad total que arranca el Nuevo Testamento de la tierra que le vio nacer, la unidad au­téntica se da al estilo propio de Dios, en un diálogo sincero que promueve la creatividad del otro, de modo que cuando mejor se escuchan las letras del canto antiguo en su riqueza, his­tórica, literaria, lingüística y cultu­ral, mejor arde el corazón de saber que el Cristo caminaba ya en estas letras como verbo silencioso que las animaba. 

Como guía de lectura al cumpli­miento profético en Jesús, el Cristo, el ungido, proponemos el itinerario narrativo del evangelista Lucas, allí el evangelista usa una estrategia comunicativa diversa, muy pocas veces realiza citaciones explicitas de cumplimiento profético, allí la realización se da por la acumula­ción de figuras y eventos, de hecho, el mismo Jesús inicia su ministerio público presentándose como profe­ta enviado de Dios que interpreta la Escritura (cf. Lc 4, 18-22.23-31). 

Es el mismo Jesús como ilustrado en la narración del evangelista que ofrece los criterios para una lectura profética, es Él que relee las escritu­ras y muestra cómo el plan salvífico de Dios atraviesa los entramados de la historia y los eventos pueden por tanto ser leídos pasando de la ma­terialidad de los hechos al testimo­nio de la palabra que salva (cf. Lc 1, 1-4).

Bajo este lema fueron animados los niños y adolescentes que sirven en las parroquias de la vicaría San José de la Diócesis de Cúcuta, quienes tuvieron un encuentro de formación en el auditorio de la parroquia San Antonio de Padua, ubicada en el centro de la ciudad de Cúcuta.

Fotos: Centro de Comunicaciones de la Diócesis de Cúcuta

 

 

 

 

Los monaguillos atendieron la invitación realizada por la comisión diocesana de pastoral vocacional, animada por el sacerdote Héctor David Molina Cárdenas, y se reunieron en la mañana del sábado 11 de marzo, para recibir enseñanzas sobre la vocación, tomando como ejemplo las vocaciones de los diferentes personajes que aparecen en la Sagrada Escritura.

 

 

 

 

 

 

 

 

La temática “El monaguillo llamado por Dios” y las actividades lúdico-pedagógicas en torno al lema “Caminemos juntos, sirviendo en el altar”, fueron impartidas por el padre Héctor David, el diácono Víctor Alfonso Noriega Portillo y los seminaristas que acompañan esta pastoral. Los monaguillos reflexionaron sobre su servicio y la importancia del camino cuaresmal, para fortalecer la amistad con Jesús.

Por: Pbro. Carlos Julio Moreno Cabezas, PSS, formador del Seminario Mayor San José de Cúcuta 

Caminemos juntos en torno a Jesús. Nos disponemos a continuar un itinerario espiritual que nos llevará a celebrar la Pascua del Señor. En la Sagrada liturgia, nuestra santa madre Iglesia, nos coloca una serie de personajes, que si los contemplamos con la fe y el amor; que brota de nuestro corazón, nos ayudarán a disponernos mejor, no sólo a celebrar el santo Triduo Pascual, sino a cambiar de una forma radical nuestra vida, dando los frutos que pide la conversión. Querido amigo lector, le invito entonces a esforzarse por recordar a cada uno de estos personajes y a descubrir lo que sucedió en cada uno de ellos al encontrar a Jesús. Pidamos al Espíritu Santo que también hoy todos nos dejemos seducir por el amor de la Trinidad Santa. 

La samaritana

No conocemos el nombre de esta mujer, pero hacer referen­cia a toda una región; Samaría y por ende a los samaritanos; los cuales fueron colocados por Jesús como modelo de ca­ridad. Recuerdan a aquel buen samaritano en Lucas 10, 33- 37, se muestra como un hom­bre de buen corazón, capaz de compadecerse ante la necesi­dad del otro, por eso quien es buen samaritano es aquel que ayuda desinteresadamente y podríamos decir; es colocado como modelo de caridad por el mismo Jesús. Ahora en el evangelio de Juan en el capí­tulo 4, encontramos que Jesús en su acción salvadora quiere pasar por esa región y encuen­tra a esta mujer a la que trata con amor y se le revela como Mesías; yo soy el que habla contigo (Jn 4, 26) y con un corazón transformado, deja el cántaro y va en busca de sus paisanos a anunciarles lo que ha visto y oído. 

La mujer adúltera

Otra mujer que se deja encon­trar por Jesús, está en el Evan­gelio de Juan 8, 3-11. No vea­mos aquí a María Magdalena de la que se habla en Lucas 8, 1-2; pues de esta mujer no se dice su nombre, lo único que se dice, es que fue sorprendida en adulterio; tampoco se men­ciona al hombre que estaba con ella. Lo importante es descu­brir la misericordia y el perdón de Dios, manifestado por Je­sús; ya lo había dicho: “Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido” (Lc 19, 10). Sorpren­de la forma como Jesús hace que aquellos acusadores se den cuenta de su propia realidad pecadora y dejen de ser jueces; para irse abatidos por el peso quizás de sus propios pecados, ya que les faltó coraje para re­cibir, el perdón que Jesús vino a ofrecer: “Tampoco yo te con­deno. Vete, y en adelante no peques más” (Jn 8, 11). 

Nicodemo

Un judío practicante, pues era fariseo y miembro del sane­drín. Dice el texto que fue de noche a ver a Jesús, no quería ser descubierto; pues era uno de los jefes del judaísmo ofi­cial. Después de la muerte de Jesús vuelve a aparecer en es­cena (Jn 19, 39) llevando una mezcla de mirra y áloe, para sepultar el cuerpo del Señor. Al juzgar por lo que le expresa a Jesús, a quien llama Maes­tro y reconoce que Jesús vie­ne de parte de Dios, nos lleva a pensar que admiraba a Jesús y seguía sus enseñanzas. Lo realmente importante es la en­señanza que encontramos en el Evangelio; nacer del agua y del Espíritu. En el contexto de la cuaresma en donde se nos in­vita a dar los frutos que pide la conversión, el texto nos invita a una transformación total de nuestra vida; no a conformar­nos con ciertas prácticas espi­rituales vividas de una forma rutinaria, sino que debemos re­novar las promesas hechas en el sacramento del bautismo.

 

El padre, el hijo menor y el hijo mayor, en la parábola del padre misericordioso 

Volvamos al evangelio de Lu­cas en el capítulo 15,11-31. Encontramos aquí el texto más hermoso sobre la misericordia de Dios. Desde la dimensión bíblica, no debemos hacer jui­cios de tipo moral; decir cuál de los dos hijos es el malo o es bueno. La realidad es que el amor de Dios nos llena de estupor. La imagen del padre que presenta la parábola des­borda toda lógica humana. Muestra ese trato compasivo que el padre tiene con sus dos hijos más allá de sus méritos. La plenitud de ese amor está en la expiación de Jesucristo, para rescatarnos de toda opre­sión y devolvernos la dignidad de hijos, como lo hace con el hijo mejor de la parábola. El Padre Celestial conoce nues­tras debilidades y pecados. Nos muestra misericordia al perdonar nuestras faltas y nos ayuda a recobrar nuestra dig­nidad de hijos, recibida en el bautismo.

El hijo mayor estaba muy seguro de sí mismo, posible­mente estaba muy confiado al pensar que toda la fortuna, sería para él; hasta el padre se lo dice: hijo todo lo mío es tuyo (Lc 15, 31); pero se ol­vida de la experiencia hermo­sa de fraternidad, por eso le dice a su padre: ese hijo tuyo (Lc 15,30). Vuelve a resonar la pregunta del Señor a Caín: ¿Dónde está tu hermano? (Gn 4, 9). La conclusión es cla­ra, sólo reconociendo al otro como hermano puedo sentir­me en verdad hijo y se puede comprender y experimentar el amor misericordioso de Dios, para ser también misericor­diosos como lo es Nuestro Pa­dre del Cielo. 

Lázaro

Oriundo de Betania, no sólo es reconocido como amigo de Jesús, sino que se convierte en instrumen­to para que Jesús realice su sépti­mo signo, devolviéndole la vida y haciendo su máxima revelación como Dios: Yo soy la resurrección y la vida (11, 25). Bien sabemos que sólo Dios puede dar la vida y es lo que hace Jesús en esta esce­na. Los racionalistas y faltos de fe, suponen que Lázaro habría entrado en un estado de catalepsia; pero el autor sagrado es claro en afirmar, que llevaba cuatro días muerto y por tanto ya olía mal (Jn 11, 39). Aceptemos a Jesús como quién puede darnos la vida y creamos en su resurrección gloriosa.

 

 

 

 

El enfermo de la piscina de Betesda

Este pasaje (Jn 5, 1-15) le permite al autor del IV Evan­gelio presentar a Jesús como fuente de vida. Lo dirá explícitamente más adelante: yo he venido para que tengan vida y la tengan abundantemente (Jn 10, 10). En este camino cuaresmal nos debe llamar la atención el agua; otro elemen­to fundamental en el bautismo y por tanto en la vida de cada cristiano. Se hace notar en el texto el movimiento de las aguas causado por el ángel de Dios y el efecto sanador de las mismas. El agua simboliza la vida y es un medio de purifi­cación; pero aquí en el texto es Jesús quien realiza la ac­ción. El versículo 6 nos dice: “Cuando Jesús lo vio tendido y supo que ya había pasado tanto tiempo así, le preguntó: ¿Quieres ser sano?”. Efectiva­mente Jesús por su poder le or­dena: Levántate, toma tu cami­lla y camina y así sucede; pues es Dios y hace las cosas que el Padre le permite realizar, y así como el Padre resucita muer­tos, del mismo modo el Hijo da vida a los que Él quiere (Jn 15, 21). 

María de Nazaret

“El poderoso ha hecho obras gran­des en mí, su nombre es santo” (Lc 1, 49). Él la hace ante todo Madre de su Hijo, este es el pedido que le hace el ángel. El Evangelio de Juan nunca da su nombre, siem­pre se refiere a ella con el título de Madre. Ella está toda para Jesús, la descubrimos cerca a su hijo desde que Él se auto revela en el primer signo que hace en Caná de Galilea (Jn 2,1-10) y luego al final al pie de la Cruz (Jn 19,25-27). Esta fi­gura literaria nos quiere indicar que María siempre estuvo toda para su hijo. No forzamos el texto si imaginamos que incluso caminó al calvario; ella está ahí para ani­mar a su hijo; tanto así que, en el santo viacrucis, en la cuarta esta­ción resaltamos esa presencia de la virgen. María también nos ofrece a nosotros la caricia de su consuelo materno, y nos dice, como le dijo a Juan Diego en Guadalupe: «No se turbe tu corazón […] ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?». 

En este camino cuaresmal se hace vivo el deseo de caminar con Je­sús, para adentrarnos en su misterio de amor y así poder llegar libres y llenos de gozo a celebrar la victoria del Señor sobre la muerte. Que sea el Espíritu Santo, el que reavive nues­tra fe y conforte nuestra esperanza, para que siendo alcanzados por el amor que transforma y redime sea­mos discípulos misioneros siem­pre dispuestos a comunicar a todos la alegría del Evangelio, como tantas veces nos lo ha pedido el Papa Fran­cisco. 

La invitación especial es a vivir las prácticas cuaresmales, para que di­chas acciones nos ayudan a vivir de manera coherente nuestro proceso de reflexión y conversión en este tiempo y junto con la reflexión sobre estos personajes, podamos imitar sus virtudes y ser cada vez mejores seres humanos y cristianos más coheren­tes.

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