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La alegría del Evangelio llena la vida de quienes se encuentran con Jesús. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría

La alegría del Evangelio llena la vida de quienes se encuentran con Jesús. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría

Foto: Vatican news

Por: Pbro. Fredy Ramírez Peñaranda, estudiante de teología pastoral en la Pontificia Universidad Lateranense (Roma)

El Papa Francisco manifestó con su vida el mejor concep­to teológico de Dios; sino no se vive en Él. Las palabras y las re­flexiones teológicas quedan vacías porque les falta el corazón del tes­timonio que le da vida a todo el dis­curso de la fe. Por ello sus palabras sencillas como las de un párroco del mundo exhortaban a vivir en Dios de una manera sencilla teniendo en cuenta a los demás.

1. El Papa proclamó la misericor­dia de Dios, nos recordó que el nombre de Dios es misericordia: “La misericordia no es una dimen­sión entre otras, sino que es el cen­tro de la vida cristiana: no hay cris­tianismo sin misericordia. Si todo nuestro cristianismo no nos lleva a la misericordia, hemos tomado el camino equivocado, porque la mi­sericordia es la única meta verda­dera de todo camino espiritual. Es uno de los más bellos frutos de la caridad.” Quien vive en la miseri­cordia es feliz “La misericordia de Dios es nuestra liberación y nuestra felicidad. Vivimos de la misericor­dia y no podemos permitirnos es­tar sin misericordia: es el aire para respirar. Somos demasiado pobres para poner condiciones, necesita­mos perdonar, porque necesitamos ser perdonados”. (Audiencia del 18 marzo de 2020).

Foto: tomada de internet

2. Nos recordó que las bienaventuran­zas son el centro del Evangelio y de la vida cristiana: “El Evange­lio nos dice que Jesús, al ver al gentío que lo seguía, subió al monte, se sentó y dirigiéndose a sus discípulos, pro­clamó las Bienaven­turanzas. El mensaje estaba dirigido a sus discípulos, pero también a la gente; es decir, a los otros, a toda la hu­manidad. Además, el monte donde predica Jesús nos recuerda al Si­naí, donde Dios dictó a Moisés los diez mandamientos. Ahora, con las bienaventuranzas, Jesús nos da los “nuevos mandamientos”, que no son normas, sino que señalan el camino de la felicidad que Él nos propone”. (catequesis 29 de enero de 2020).

3. La sinodalidad, el camino para vivir una Iglesia comunión: Las palabras clave del Sí­nodo son tres: comu­nión, participación y misión. Comunión y misión son expresio­nes teológicas que de­signan el misterio de la Iglesia, la naturaleza misma de la Iglesia. Esta

 “Ha recibido «la misión de anun­ciar el reino de Cristo y de Dios e instaurarlo en todos los pueblos, y constituye en la tierra el germen y el principio de ese reino»” (LG 5).

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4. Una Iglesia en salida misione­ra: La Iglesia en salida es la comu­nidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y fes­tejan. “«Primerear»: sepan discul­par este neologismo. La comunidad evangelizadora experimenta que el Señor tomó la iniciativa, la ha pri­mereado en el amor (cf. 1 Jn 4,10); y, por eso, ella sabe adelantarse, to­mar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y lle­gar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos. Vive un de­seo inagotable de brindar misericor­dia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva. ¡Atrevámonos un poco más a primerear! Como conse­cuencia, la Iglesia sabe «involucrar­se». Jesús lavó los pies a sus discípulos. El Señor se involucra e involucra a los suyos, poniéndose de rodillas ante los de­más para lavarlos. Pero luego dice a los discí­pulos: «Seréis felices si hacéis esto» (Jn 13,17). La comunidad evan­gelizadora se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la humilla­ción si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo” (EG 24).

5. Cuidar y proteger la Casa Co­mún: no es solo un discurso sino volver a lo esencial de la vida. La Casa Común, el mundo la casa de todos, en donde la vida se manifies­ta y existe. En la encíclica Laudato Si’, manifestó: “Necesitamos una conversación que nos una a todos, porque el desafío ambiental que vi­vimos, y sus raíces humanas, nos in­teresan y nos impactan a todos. Las actitudes que obstruyen los caminos de solución, aun entre los creyentes, van de la negación del problema a la indiferencia, la resignación cómoda o la confianza ciega en las solucio­nes. (14)

Foto: tomada de internet

6. La familia participación del amor de Dios: «Jesús, que recon­cilió cada cosa en sí misma, volvió a llevar el matrimonio y la familia a su for­ma original (cf. Mc 10,1-12). La familia y el matrimonio fueron redimidos por Cristo (cf. Ef 5,21-32), res­taurados a imagen de la Santísima Trinidad, misterio del que brota todo amor verdadero. La alianza esponsal, inaugurada en la crea­ción y revelada en la historia de la salva­ción, recibe la plena revelación de su significado en Cristo y en su Igle­sia. De Cristo, mediante la Iglesia, el matrimonio y la familia reciben la gracia necesaria para testimoniar el amor de Dios y vivir la vida de comunión. El Evangelio de la fa­milia atraviesa la historia del mun­do, desde la creación del hombre a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26-27) hasta el cumplimiento del misterio de la Alianza en Cristo al final de los siglos con las bodas del Cordero (cf. Ap 19,9) (AL 64).

Entre tantas cosas, el Papa Francis­co en su ministerio pastoral al fren­te de la Iglesia, recordó con su tes­timonio lo que está escrita en tanto libros, de ser una Iglesia pobre para los pobres, una Iglesia que com­prende el misterio de Dios cuando camina con los más necesitados, una Iglesia que sale al encuentro de los demás y que no se queda en­cerrada. Una Iglesia que proclama con palabras sencillas el misterio de Dios.

Una Iglesia que proclama la alegría del Evangelio y a no “tener cara de Cuaresma sin Pascua”. Es decir, el cristiano tiene que renovar la espe­ranza -en ocasiones, tantas veces al día- porque “Dios puede actuar en cualquier circunstancia, también en medio de aparentes fracasos”. El pesimismo no es cristiano. Quien se entrega a Dios por amor será fecun­do.

La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío inte­rior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría.