Una imagen que queda para la historia
El 27 de marzo de 2020, el mundo contempló una escena impactante: la Plaza de San Pedro vacía, bajo la lluvia, con el Papa Francisco caminando solo por la escalinata de la basílica, antes de elevar una oración ante el Cristo de San Marcelo y el cuadro de la Virgen Salus Populi Romani. “Nadie se salva solo”, afirmó, recordando que todos estamos en la misma barca, golpeados por la tempestad del CO-VID-19. La bendición Urbi et Orbifue un momento extraordinario de esperanza, seguido por millones a través de los medios de comunicación.

Desde el inicio de la crisis sanitaria, el Papa Francisco hizo un llamado a la solidaridad y la fraternidad. En sus repetidos mensajes insistía en que la Pandemia no solo era un desafío sanitario, sino también un llamado a la conversión social y económica. En su encíclica Fratelli tutti, publicada en octubre de 2020, advirtió que la crisis había revelado nuestras falsas seguridades y la fragmentación de la humanidad, destacando la necesidad de actuar juntos: “Nadie se salva solo, nos salvamos únicamente juntos, remando hacia la misma orilla”.
Además, el Papa insistía en una Iglesia “en salida”, que no debía quedarse encerrada en los templos, sino salir al encuentro de los más necesitados. En ese espíritu, la Santa Sede promovía diversas iniciativas de ayuda a los afectados por la pandemia, como el Fondo de Emergencia del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral y la Comisión Vaticana COVID-19. Es-tos esfuerzos no solo buscaban aliviar el sufrimiento inmediato, sino también propiciar la transformación de los corazones, las mentes y las estructuras hacia un nuevo modelo de desarrollo que preparara un futuro mejor para todos.
En esos días, el Papa dirigió su mirada especialmente a los enfermos, los ancianos, los marginados y los vulnerables, señalando que la pandemia había desnudado las desigualdades sociales y económicas del mundo. En repetidas ocasiones denunció la “cultura del descarte”, evidenciada en la falta de acceso a la atención médica para muchas personas. En ese sentido, criticó la especulación con las vacunas y la falta de una distribución equitativa, llamando a una respuesta global y justa.
De otra parte, el Pontífice destacó la labor del personal sanitario, a quienes definió como “santos de la puerta de al lado”, reconociendo su entrega y sacrificio. Definió la imagen de la Iglesia como un ‘hospital de campaña’. Y alentó a médicos, enfermeros y voluntarios a seguir adelante con su vocación de servicio: “Hemos redescubierto la importancia del rol del personal de enfermería, así como el de partería. Diariamente presenciamos el testimonio de valentía y sacrificio de los agentes sanitarios, en particular de las enfermeras y enfermeros, quienes con profesionalidad, sacrificio, responsabilidad y amor por los de-más ayudan a las personas afecta-das por el virus, incluso poniendo en riesgo su propia salud. Prueba de ello es el hecho de que, desgraciadamente, un elevado número de agentes sanitarios han muerto al cumplir fielmente con su servicio”.
En varias de sus intervenciones, el Papa destacó que la pandemia debía representar un punto de inflexión para la humanidad. Subrayó que “la pandemia es una crisis; no se sale igual de ella, ni mejor ni peor”, y advirtió que el mundo no podía volver a la “normalidad” si esto significaba perpetuar la injusticia social y la degradación del medioambiente. Señaló, además, que la crisis sanitaria evidenció “la difícil situación de los pobres y la profunda desigual-dad existente en el mundo. Aunque el virus no distingue entre personas, su impacto ha sido devastador, acentuando las desigualdades y la discriminación”. Ante esta realidad, el Papa hizo un llamado a no permanecer indiferentes. Asimismo, condenó el gasto en armamento en me-dio de una crisis sanitaria mundial, enfatizando la necesidad de priori-zar la cura de la vida humana sobre los intereses económicos o políticos.
La oración del Papa Francisco en la Plaza de San Pedro es, aún hoy, un símbolo de esperanza. En aquel discurso evocó la imagen evangélica de la tempestad calmada por Jesús, narrada por San Marcos (4,35-41), invitando a todo cristiano a no dejarse paralizar por el miedo y a confiar
en la fuerza de la fe y la fraternidad. “Señor, no nos abandones”, suplicó el Papa en esa noche lluviosa, mientras el sonido de las campanas y las sirenas de ambulancias marcaban el ambiente de Roma. Su bendición Urbi et Orbi, generalmente reserva-da para la Navidad y la Pascua, ofreció indulgencia plenaria a millones de fieles confinados en sus hogares.