La Alegría Perfecta. La respuesta de San Francisco a la infelicidad moderna

Por: Fray Marwan Dadas. OFM, custodio de Tierra Santa, Licenciado en Comunicación Social Institucional.
En lo profundo de la riqueza espiritual de San Francisco de Asís, se pueden encontrar varios aspectos prácticos para nuestra vida cotidiana. Esto es especialmente cierto para nosotros que vivimos en una época de consumismo desenfrenado, egoísmo y dependencia exclusiva de las cosas materiales para encontrar la alegría de vivir.
En uno de los relatos de las fuentes Franciscanas, que no son solo una enorme colección de historias sobre la vida del Santo, sino también una preciosa suma de escritos dirigidos o dictados por él, encontramos el concepto de Alegría Perfecta. Escuchando estas palabras y reflexionando con nuestra mentalidad actual, que asocia la alegría con algo tangible, es posible que no comprendamos el verdadero significado que pretendía el Santo de Asís. Corremos el riesgo de confundir la verdadera alegría con la que falsamente promete felicidad momentánea y efímera.
¿Qué es exactamente? La historia comienza con San Francisco preguntando a uno de sus hermanos si sabía lo que era la alegría perfecta. A partir de esta pregunta, el santo explica que consiste en aceptar las humillaciones. Cuenta un día en el que, bajo una lluvia y una tormenta helada, los dos llegan a la puerta de un convento en busca de refugio. Pero el superior los ahuyenta, regañándolos y humillándolos. San Francisco explica que es precisamente allí, en ese momento, donde se encuentra la alegría perfecta: en aceptar el frío, la lluvia y la humillación con un buen corazón y con un espíritu de perdón. La alegría perfecta, en la práctica, es soportar la mala suerte y tolerar las humillaciones de los demás por amor al Señor. Es sufrir en silencio las injusticias del mundo y de los hombres.
Este santo es grande, pero su enseñanza es difícil. ¿Quién podría soportar todos los flagelos del mundo y de los hombres, permaneciendo en paz y disfrutando de una constante serenidad interior?
Las ilusiones de la alegría moderna
Hoy en día, nos enfrentamos a una cultura de confrontación, donde las redes sociales están llenas de fotos con filtros y, a menudo, poco realistas de la vida de otras personas. Comparar nuestra realidad, con sus dificultades y momentos triviales, con los idealizados “mejores momentos” de los demás conduce a sentimientos de insuficiencia, celos y aislamiento. Incluso nuestra felicidad y paz interior se ven comprometidas.
Pero también sucede que, estamos bajo la presión de la gratificación instantánea y las expectativas insatisfechas. La tecnología nos ha condicionado a esperar resultados inmediatos, desde la mensajería hasta las entregas en dos días. Cuando la vida no cumple esta promesa, lo que inevitablemente sucede, la brecha entre nuestras expectativas y la realidad puede conducir a la frustración, la decepción y la insatisfacción.
Además, nuestra tranquilidad interior a menudo se ve amenazada por la indiferencia de los demás. Nos sentimos invisibles y no escuchados cuando nuestras conversaciones son interrumpidas por la distracción de los demás. Esta actitud nos niega incluso la existencia y nos deja con una sensación de vacío y soledad. Aún más dañino es el cinismo y la negatividad crónica de aquellos que roban nuestra energía y envenenan nuestra sangre con ira y disgusto. Tal comportamiento destruye nuestra confianza en la vida y en nuestras habilidades, haciéndonos sentir tontos y no merecedores de alegrías.
La respuesta de San Francisco al hombre de hoy
Todas estas son razones serias que pueden hacer que el más mínimo sentimiento de alegría se pierda o se aniquile por completo. A estas se suman razones triviales que para el hombre moderno se han convertido en esenciales para la felicidad: el carro nuevo, la casa en constante crecimiento, la ropa de marca, los viajes exóticos, la abundancia injustificada y muchas otras cosas que se han convertido en la razón de ser de la felicidad.
San Francisco responde a todo esto con su absoluta pobreza y su sencillez. Nos dice que para ser felices debemos estar animados por el espíritu del Señor. No debemos pertenecer a un club exclusivo, sino sentirnos realizados en el nombre del Señor, incluso en nuestra pobreza. Su perspectiva combate la degeneración del significado de la alegría, a menudo reducida al disfrute privado de las posesiones materiales.
El pobre de Asís nos invita a considerar nuestros bienes materiales como algo que nos ha sido confiado, para ser devuelto a los pobres y a los que lo necesitan. Las cosas que poseemos no son nuestras; nadie los ha llevado consigo a la tumba. Dado que son solo para nuestro uso temporal durante nuestras cortas vidas, deben tratarse como un préstamo que se pagará al Señor a través de los menos afortunados. De esta manera, si un día perdiéramos lo que tenemos, no perderíamos la alegría interior de vivir en el Señor y alabar su nombre.
Volviendo a la historia de la alegría perfecta, es importante recordar que la persona que contó esta historia no fue un fraile cualquiera. Él fue quien fundó todos esos conventos y estableció la vida religiosa franciscana. San Francisco podría haber exigido respeto y refugio, pero voluntariamente eligió ser maltratado por el bien de Jesús, sin perder nunca la alegría perfecta de su corazón.
Al hombre moderno, san Francisco le dice claramente que no busque la alegría en los bienes materiales efímeros, en las relaciones humanas llenas de traiciones, ni en la esperanza banal de un futuro mejor. Dice que el único gozo que necesitamos se encuentra en el Señor, incluso en los momentos más dolorosos. Solo en Él está la verdadera alegría de ser encontrado, la alegría que perdura y nunca falla. Todo lo demás las posesiones materiales, las relaciones humanas y las riquezas es momentáneo ante el amor eterno del Señor.