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El Santo Rosario Una oración de teología, historia y espiritualidad

El Santo Rosario Una oración de teología, historia y espiritualidad

Foto: CCDC

Por: Diác. Víctor Julián Flórez Ortíz, Centro de Comunicaciones de la Diócesis de Cúcuta.

El Santo Rosario es una oración profundamente arraigada en la Sagrada Escritura y sostenida por el magisterio de los Papas, que mediante la meditación de sus misterios (dolorosos, gloriosos, luminosos y gozosos), invitan a contemplar la vida y obra de Cristo a través de María. Los orígenes del Santo Rosario, se habría de remontar en prácticas monásticas orientales antiguas del siglo V y, su desarrollo histórico habría sido impulsado por los monjes cistercienses de origen benedictino reformados en el año 1098 y, la orden de los cartujos, fundados por San Hugo y San Bruno en el 1084 y posteriormente promocionado por la orden de los padres predicadores de Santo Domingo de Guzmán del siglo XIII y, consolidado por los papas del 1500 en adelante a partir de la batalla de Lepanto del 1571.

Teología del Santo Rosario en la Sagrada Escritura Desarrollo histórico del Santo Rosario

El Rosario encuentra fundamentos sólidos en la Sagrada Escritura. Está compuesto principalmente por la repetición del “Ave María”, que se basa en los saludos angelicales del Evangelio (Cf. Lc 1, 28 y 1, 42) donde se proclama a María “llena de gracia” y “bendita entre las mujeres”, el Padre Nuestro presente en los Evangelios de Mateo y Lucas (Mt 6, 9-13; Lc 11, 2-4) y la meditación después de cada decena de un aspecto de la vida de Jesús.

«El sexto mes envió Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen prometida a un hombre llamado José, de la familia de David; la virgen se llamaba María. Entró el Ángel a donde estaba ella y le dijo: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1, 26-28).

«Entonces María se levantó y se dirigió apresuradamente a la serranía, a un pueblo de Judea. Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Cuando Isabel oyó el saludo de María, la criatura dio un salto en su vientre; Isabel llena de Espíritu Santo, exclamó con voz fuerte: bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre» (Lc 1, 39-43).

La meditación de los misterios del Rosario permite contemplar eventos decisivos de la vida de Jesús y María, reflejando una oración evangélica ordenada, que ayuda a obedecer el mandato del Señor de orar sin cesar (Cf. Lc 18,1) y a profundizar en el mensaje del Evangelio (Cf. Col 3, 16; Filp 2, 6-11).

Desarrollo histórico del Santo Rosario

El origen del Rosario se remonta a los primeros siglos del cristianismo,donde los monjes y padres del desierto habrían usado sistemas decuentas para meditar oraciones repetitivas como el Padre Nuestro,cánticos y salmos. A partir del siglo VII hay referencias, que para el ofertoriodel domingo IV de Adviento, ya se recitaba el Ave María, que correspondía a una flor que armaba una corona de rosas entregada a la Virgen. Sin embargo, el rezo del Rosario en forma de letanías se registra solo a partir del siglo XIII. Esta recitación habría respondido a la necesidad de los hermanos conversos, quienes, al no saber leer, se unían a la plegaria del oficio divino, que los monjes cantaban en los monasterios (Cistercienses y Cartujos). De ahí que no resulte extraño el número de ciento cincuenta avemarías que se fijó para el Rosario completo, atendiendo al número de salmos que conforman el salterio.

«A la hora de realizar la historia de esta oración vocal es imprescindible atender a la influencia que en sus orígenes ejercieron la Orden Cisterciense y la Cartuja. En relación con la primera, en su seno se fraguó la división del salterio mariano en tres cincuentenas; más concretamente en Colonia donde ya lo practicaba el monje César de Heisterbach a mediados del siglo XIII. Por lo que se refiere a la influencia de la Cartuja hay que señalar varios aspectos: En primer lugar, también a mediados del siglo XIII, Hugo de Balma recomendaba rezar «cuarenta o cincuenta veces el Ave María, dividiendo estas plegarias al llegar a un determinado número, si parece bien hacerlo de este modo o de otra manera parecida, y esto se ofrecerá diariamente a la Virgen como tributo, en señal de amor y espiritual homenaje». Un poco después, hacia 1366, Enrique Eg-her de Kalkar difundió desde la Cartuja de Colonia la costumbre de intercalar el rezo de un padrenuestro al comienzo de cada decena de avemarías que, atendiendo a las circunstancias, podían quedar reducidas a tan sólo cincuenta».

«Para llevar la cuenta surgió un instrumento muy sencillo consistente en una cuerda con nudos o con todo tipo de pequeños frutos o semillas insertados, que más tarde fueron adquiriendo mayor riqueza de materiales. Posteriormente se unió por sus extremos rematándose con una cruz o medalla. También era frecuente que el rezo estuviera acompañado de genuflexiones. En cuanto a su denominación, el término que alcanzó mayor popularidad, y luego carácter oficial, fue el de rosarium o salterio mariano; otros nombres primitivos fueron guirnalda, corona y Pater Noster de la Virgen».

Según la tradición, la Virgen María se habría aparecido a Santo Domingo de Guzmán y le habría entregado el Rosario como instrumento para combatir herejías, especialmente la albigense. El origen de la atribución del Rosario a santo Domingo, se encuentra en la predicación del beato Alano de Rupe (1428-1475), quien se destacó por su labor de popularización del Psalterium Mariae Virginis, especialmente a través de la Cofradía de la Virgen. Fue él quien en sus fervorosas predicaciones narró cómo en una visión, Santo Domingo de Guzmán, habría contemplado a la Virgen entregando el Rosario mientras le mandaba propagarlo por todo el mundo. Esta creencia pasó a la literatura devocional y también a la iconografía, hasta el punto de constituir el rosario, uno de los atributos característicos de Santo Domingo de Guzmán .

Durante el renacimiento (siglo XIV en adelante) se fue difundiendo su uso entre los fieles y en el siglo XV se fomentó la meditación de cada misterio, asociada a la vida de Cristo. Uno de los momentos que mayor impulsó el rezo del Rosario fue la batalla de Lepanto en 1571, donde el Papa Pío V convocó a la cristiandad a rezar el Rosario para la victoria, tras la cual se estableció la fiesta de Nuestra Señora del Rosario.

«(…) Será la victoria de las tropas cristianas sobre los turcos en la batalla de Lepanto en 1571, el hecho que contribuya de forma más notoria a extender y popularizar el rezo del Santo Rosario, hasta el punto de convertirse en devoción casi obligada para todo buen católico en siglos posteriores».

El Rosario comenzó a rezarse en los conventos y en las iglesias, donde se tenía en forma de coros el oficio divino, pero, sobre todo, en las casas, pues era la familia el lugar donde se transmitía la devoción, como lo atestigua la propia santa Teresa de Jesús en su autobiografía: «procuraba soledad para rezar mis devociones, que eran hartas, en especial el Rosario, de que mi madre era muy devota, y así nos hacía serlo».

El Papa Gregorio XIII instituyó el segundo domingo de octubre como el día oficial de la fiesta de la Bienaventurada Virgen María del Santísimo Rosario. Posteriormente en 1726, durante el pontificado del dominico Vicente Orsini (Papa Benedicto XIII), la fiesta litúrgica pasó al 7 de octubre y, el oficio propio de la Orden de Predicadores y las lecturas históricas del segundo nocturno de la fiesta del Rosario, las extendió a toda la Iglesia.

Magisterio de los Papas sobre el Rosario

Desde el Papa León XIII hasta Juan Pablo II, numerosos Pontífices han exaltado el Rosario como una oración esencial para la vida espiritual. León XIII lo definió como “la forma de oración privada más excelente y el medio más eficaz, para conseguir la vida eterna”. Los

Papas conciliares, el Beato Juan XXIII y, sobre todo san Pablo VI, con la exhortación apostólica Marialis cultus, en consonancia con la inspiración del Concilio Vaticano II, subrayaron el carácter evangélico del Rosario y su orientación cristológica.

Juan Pablo II, en su carta apostólica Rosarium Virginis Mariae (2002), subrayó el carácter cristológico del Rosario, destacando cómo esta oración enseña a contemplar el rostro de Cristo junto a María y obtiene gracias abundantes para los fieles. Fue el Papa Juan Pablo II, quien añadió los misterios luminosos al Santo Rosario, completando la meditación sobre la vida pública de Jesús, renovando la vitalidad de esta devoción con su bautismo en el Jordán, las bodas de Caná, la proclamación del Reino de Dios, la transfiguración y la institución de la Eucaristía.

El Papa explicó que estos misterios brillan con la luz del Reino de Dios, ya presente en Jesús y reflejan momentos significativos de su ministerio público, que estaban algo ausente en el rezo tradicional del Rosario, que meditaba principalmente en la encarnación (misterios gozosos), pasión (dolorosos) y gloria (gloriosos). Así, estos misterios luminosos fomentan una meditación más profunda en la persona y misión de Cristo, resaltando el carácter cristológico del Rosario y facilitando una profunda conexión con el “Corazón de Cristo, abismo de gozo y luz, de dolor y gloria”.

El Santo Rosario es una oración con profundo soporte bíblico y teológico, promovida constantemente por el magisterio pontificio, y con una rica historia que la ha consolidado como una práctica espiritual fundamental para la Iglesia.

1. Cf. GETINO Alonso, Origen del Rosario y Leyendas Castellanas del

siglo XIII sobre Santo Domingo de Guzmán, Vergara 1925, 5-16.

2. LABARGA Fermín, Historia del culto y devoción en torno al Santo

Rosario, in Scripta Theologica 35 (2003/1), 153.

3. IBÁÑEZ Javier – MENDOZA Jesús, El culto mariano en la Orden

Cartujana. El Rosario, «Estudios Marianos» XLIV(1979) 203-261.

4. LABARGA Fermín, Historia del culto y devoción en torno al Santo

Rosario…, 154

5. Ibid…, 155.

6. GETINO Alonso, Origen del Rosario…, 16.

7. Cf. TRENS Manuel, María. Iconografia de la Virgen en el arte

español, Madrid, 1947, 282.

8. Cf. GETINO Alonso, Origen del Rosario…, 154.

9. COLL Josep, Apóstoles de la devoción rosariana, en «Analecta

Sacra Tarraconensia», XXVIII (1955), 250-251

10. Cf. SANTA TERESA DE JESÚS, Libro de la Vida, 1, 6.

11. Cf. GETINO Alonso, Origen del Rosario…, 156.

12. Cf. JUAN PABLO II. Rosarium Virginis Mariae. Carta

Apostólica sobre el Santo Rosario, 2002, n. 2.

13. Cf. GETINO Alonso, Origen del Rosario…, 16.

14. Cf. JUAN PABLO II. Rosarium Virginis Mariae…, n. 9. 15. Cf. GETINO Alonso, Origen del Rosario…, 155.