Hermana Nancy Esmeralda de la Santísima Trinidad: testimonio de vida consagrada y entrega en Cristo

Un saludo de paz y bien para todos los que reciben estas palabras. Mi nombre es hermana
Nancy Esmeralda de la Santísima Trinidad y pertenezco al monasterio del Ave María, orden de Santa Clara, ubicado en Cúcuta, Norte de Santander. Hoy comparto mi testimonio sobre mi vocación religiosa y mi caminar en Cristo, una experiencia de entrega plena y constante en el servicio y la oración.
Al iniciar mi proceso de discernimiento vocacional, enfrenté temores muy humanos entre ellos, el miedo a la claustrofobia, pero en la oración le decía al Señor que, si Él quería que me encerrara, que lo hiciera, que eligiera el lugar, que abriera y cerrara las puertas, porque deseaba entregarme y consagrarme totalmente a Él. No fui yo quien eligió esta vida, sino Dios quien confió en mí y continúa confiando en este llamado dentro del carisma de nuestra orden. Casi veinte años han pasado desde que respondí ese “sí” inicial, pero sé que no he sido yo sino Él quien me ha llevado de su mano, día a día. Inspirada por las palabras de Santa Clara que nos llaman a abandonarnos en el Padre de las Misericordias, busco renovar mi entrega diariamente. Es como pasar un cheque en blanco cada mañana, diciendo como la Virgen María: “aquí estoy para hacer tu voluntad.” Se trata de olvidar el yo para dar paso pleno a la acción de Dios en la vida.
Oración y silencio, el corazón de la vida consagrada
La oración y el silencio son dos pilares fundamentales en nuestro carisma franciscano-clariano y en la vida contemplativa a la que hemos sido llamadas. Su práctica está inspirada
en el mismo ejemplo de Jesús, quien se apartaba para orar y buscaba el silencio para el encuentro íntimo con el Padre. Con el paso de los años, uno puede sentir cómo el Señor toma posesión del alma, y solo en la quietud más profunda es posible llegar a esa unión íntima.
Los desafíos del camino y la gracia del desprendimiento
Uno de los desafíos mayores en mi vida religiosa ha sido enfrentar los traslados a distintas comunidades. Dejar la familia de sangre y construir una familia espiritual fuerte con mis hermanas es un proceso de amor y renuncia. Recibir la noticia de un traslado implica aprender nuevamente a desprenderse, a decir adiós a quienes se han convertido en hermanas y compañeras de vocación. Pero la gracia del Señor nos sostiene en ese camino, y como María, respondemos: “aquí estoy para hacer tu voluntad.”
Un llamado a las jóvenes: confiar en el amor de Dios
Mi mensaje para las jóvenes que están en discernimiento vocacional es claro y esperanzador: no teman responder al llamado. La vocación no es nuestra, sino don de Dios, quien se fía de nosotras y nos acompaña cada día. Es dejar “el todo” en minúscula para dar lugar a aquel que es todo en mayúscula. Cada día es una oportunidad para enamorarnos más profundamente de Él y mantener ese sí generoso que transforma la vida.
Si surgen dudas, como es natural, invito a buscar respuestas en la Palabra de Dios y en la oración constante, cultivando un oído atento a su voz.
La santificación del día a través de la oración y el servicio
Nuestra jornada comienza a las cuatro de la mañana y se extiende hasta las nueve de la noche, estructurada por una vida profunda en oración y servicio. Nuestro carisma se basa fundamentalmente en el oficio divino completo, que incluye lectura, laudes, horas intermedias, vísperas y completas. Cada momento de oración santifica el día, y juntas nos congregamos en el oratorio o la capilla para dar gracias a Dios y orar por toda la humanidad.
Es para nosotras un reflejo directo del servicio a Cristo y a la humanidad entera. Vivimos desde el abandono de nosotras mismas, con un amor concreto y fraterno que se expresa en la atención cotidiana a quienes nos rodean.
Pobreza: morir al yo para vivir en Dios
El consejo evangélico de la pobreza en nuestra orden, la familia franciscana, se vive como “sinpropio”, una entrega total que implica morir a uno mismo para permitir que Dios obre
libremente. Esto nos lleva a dar lo mejor de nosotras a las hermanas y al mundo, pues todo se ofrece por los enfermos, los presos y las almas del mundo, en un morir diario a nuestros
propios deseos y voluntades.
Contemplar la pasión de Cristo como fuente de fuerza
Nuestros santos padres, San Francisco y Santa Clara, nos invitan constantemente a meditar en la pasión de Jesús. San Francisco recibió los estigmas como fruto de su profunda contemplación y Santa Clara lloraba al contemplar el sufrimiento de Cristo. Para mí, esta meditación es fuente continua de motivación.
En este espíritu, abrazamos las caídas y pruebas como impulso para seguir adelante, manteniendo siempre el corazón y la mente fijos en Él, que es la meta última de nuestra existencia.
La hermana Nancy Esmeralda, con su manifestación de fe y entrega, es un testimonio para todos aquellos que se preguntan sobre el sentido y belleza de la vida consagrada. Su caminar en Cristo invita a una confianza radical en Dios, que es quien sostiene y transforma la vida cuando se le ofrece un sí generoso y honesto. Las hermanas Clarisas son consideradas misioneras de la oración, en este mes de las misiones elevamos nuestras súplicas a Dios por ellas.