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Testimonios de misión:  cómo la fe transforma comunidades y corazones

En este mes de las misiones com­partimos los testimonios de cua­tro miembros destacados de esta Iglesia Particular, quienes relatan sus experiencias y aprendizajes como agen­tes de la misión en distintos contextos y con diversas responsabilidades.

Foto: centro de comunicaciones

El pbro. Wilmer Al­berto Maldonado Arias, sacerdote dio­cesano, nacido en Bucarasica, ordenado sacerdote el 26 de no­viembre del 2016. Estuvo como misionero en Cuba (2016-2019); ha sido formador en el seminario Ma­yor de Cúcuta y párroco de la parroquia Santa Margarita de Youville.

¿Cuál ha sido la comunidad en la que ha realizado misiones? ¿Qué características tienen?

Realice la misión en Cuba, en la provin­cia de Pinar del Rio, municipio de Viña­les (2016), parroquia Sagrado Corazón de Jesús y Consolación del Sur (2017- 2019), parroquia Nuestra Señora de la Candelaria y administrador de la parro­quia San Pedro Apóstol. A pesar de las limitaciones que hay en ese país, estas comunidades tienen una fe viva, creen en Dios, en la Iglesia, y en los misione­ros como ministros de Dios. Son muy familiares, cercanos con la Iglesia, ca­ritativos y serviciales. La participación de los laicos es activa debido a la esca­sez de clero, y el énfasis se hacen en las pequeñas comunidades para fortalecer la fe y la acción evangelizadora.

¿Cómo describe su primera expe­riencia en una misión?

Mi primera experiencia como diácono y sacerdote fue la misión en Cuba. Un tiempo de gracia para afianzar y fortale­cer mi opción de vida. Ese fue mi amor primero. Allí aprendí a caminar en el ministerio, a orar en comunidad, a vivir en el amor de Dios y a confiar en la Pro­videncia Divina. Que Dios da todo, me enseñó a viajar con la mínima provisión para predicar el evangelio, confiando en la hospitalidad de la gente, porque es allí donde el Señor va haciendo la obra.

¿Qué sentimientos y desafíos enfrentó?

No era fácil la vida, pero se iba resol­viendo poco a poco. Durante este tiem­po afronté los siguientes desafíos:

La gran escasez del combustible era una limitante para llegar a las diferentes co­munidades. El alimento es muy escaso y limitado.

Aislamiento de comunidades: la falta de transporte dificultaba la asistencia a encuentros pastorales, llevando a que algunas celebraciones se realizaran solo a nivel parroquial.

Hay una gran escasez de sacerdotes y vocaciones, por ese motivo tenía que atender dos parroquias; la falta de com­promiso en la formación por parte de algunos líderes religiosos locales, para que continuarán la misión evangeliza­dora en sus comunidades o casas de mi­sión, entre otras realidades.

¿Cómo ha cambiado su propio caminar en Cristo a partir de sus experiencias?

Me ha hecho más consiente de la gracia recibida. Y que, aunque no estoy en mi­sión Ad Gentes, debo animar y formar a otros con ese deseo y espíritu que la Iglesia siempre necesita, porque tene­mos que ser instrumentos de su amor, dar esperanza y fortalecer la fe de tantas personas que necesitan de Dios.

El Dr. Rafael Neira, cucuteño, médico neu­rocirujano endovascu­lar con estudios reali­zados en países como Finlandia, EE. UU y Japón.

¿Cómo ha visto que la fe y la vida cristiana impactan en su trabajo?

Como fiel católico y médico de pro­fesión, la fe puede ser un verdadero bálsamo para el alma, tanto para la mía propia, como para la de mi fami­lia, amigos, pacientes y colegas. Como neurocirujano trabajo con personas que enfrentan situaciones críticas —tumo­res, hemorragias e infartos cerebrales, traumatismos y enfermedades de la co­lumna vertebral— y, en medio de esas realidades difíciles, es la fe, la creencia en Dios y en la vida trascendente, lo que sostiene a las familias, les ayuda a to­mar decisiones difíciles, y da consuelo especialmente cuando el diagnostico no es favorable. Mi misión consiste en tra­tar con respeto, cercanía y humanidad a quienes me rodean, y en el caso concre­to de mi actividad profesional, a quie­nes confían su vida en nuestras manos.

¿Qué papel juega la oración y la espiritualidad en la realización de su misión como laico?

La oración es el centro desde donde todo cobra sentido. Como católico y miem­bro supernumerario del Opus Dei (pre­latura personal de la Iglesia Católica), he aprendido que cada acto cotidiano, puede ser ofrecido a Dios. La cirugía no es solo un procedimiento, es un acto de servicio profundo a mi prójimo y es mi trabajo, que puedo ofrecer a Dios, por eso, encomiendo a cada paciente antes de operar, pidiéndole al Señor que me guíe y entregando mi actividad en sus manos.

Además, tengo la dicha de compartir esta vocación médica con mi esposa, también neurocirujano. Juntos hemos recorrido el exigente camino de la for­mación médica, acompañándonos y creciendo profesional y espiritualmen­te. Esta comunión en la vocación nos fortalece y nos ayuda a vivir nuestro trabajo no solo como un medio de sus­tento, sino como un camino de santifi­cación y servicio a los demás.

¿Cómo mantiene la fe y la mo­tivación ante las dificultades que encuentra en la misión como médico neurocirujano?

Sin duda, hay momentos duros: jor­nadas extensas, decisiones clínicas di­fíciles, desgaste físico y emocional, e incluso el dolor de ver que no siempre se logra salvar a un paciente. En esos momentos, mi fe no es una idea abs­tracta, es un ancla. Saber que Dios está presente en cada historia, en cada vida que pasa por mis manos, me da paz y me motiva como creyente en mi misión en la vida, en el día a día. También me ayuda el apoyo de mi esposa, que vive la misma realidad profesional y espiri­tual, y con quien comparto no solo los retos, sino también las alegrías de este camino.

La Hna. Gloria Patri­cia Celis Villamarín, nacida en Cúcuta, co­noció a las misioneras de la Nueva Vida des­de los 8 años, en el 2007 acompañó a la Parroquia Madre Teresa de Calcuta y en 2010 fue consa­grada por monseñor Jaime Prieto Ama­ya. Actualmente desde septiembre de 2024, ejerce misión en El Tarra junto con la hermana Nelly Gary.

¿Cuál ha sido la comunidad en la que ha realizado misión? ¿Qué características tienen?

Cumplimos un año de estar presentes en la Diócesis de Tibú, en el municipio de El Tarra, aquí las misioneras de la Nueva Vida acompañamos la casa juvenil Sor Amanda Bedoya, siendo este un centro de acogida y acompañamiento integral a niñas que viven en diferentes veredas lejanas de la parroquia. La parroquia Nuestra Señora de la Asunción, cuen­ta con 61 veredas y en el casco urbano existen solo 2 colegios. La casa juvenil busca brindarles un ambiente seguro y formativo para que puedan continuar con su estudio, recibiendo educación integral basada en valores cristianos.

Una de las anécdotas de este año de mi­sión fue el acompañamiento de una en­trega humanitaria, de dos personas por manos de un grupo armado, en donde se encontraban 2 sacerdotes y yo como representantes de la Iglesia.

¿Cómo describe su primera expe­riencia en una misión? ¿Qué senti­mientos y desafíos enfrento?

A lo largo de mi vida consagrada he te­nido diferentes experiencias de misión; cabe resaltar que esta sí es mi primera experiencia en otra Diócesis. El senti­miento fue primero de confianza en se­guir la voluntad de Dios a donde él me enviaba de manos de las superioras del momento la hermana Marta Consuelo. Además, desde el inicio tenía una per­cepción de la realidad como un entorno violento, es una realidad que no se pue­de ocultar, la presencia de los grupos armados, pero, a su vez, ya al conocer las personas en el ambiente parroquial, es de admirar que a pesar de todo esto, también existen muchos fieles de pie­dad, que han ido creciendo en la fe y la evangelización.

¿Qué aprendizajes personales y espirituales ha obtenido al convivir con estas comunidades?

Mi caminar siempre ha sido con el pro­pósito de cumplir la voluntad de Dios en cada momento, y especialmente en esta experiencia se ha reforzado. Ade­más es el reconocer que Dios es el que hace la obra. Como dice Madre Teresa de Calcuta: “a veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara esa gota”.

¿Cómo ha cambiado su propio caminar en Cristo a partir de sus experiencias?

Toda misión o responsabilidad es un reto y a la vez me siento cada vez más acompañada de esa presencia de Dios que no me deja sola, que siempre está conmigo en cada momento, esta expe­riencia ha fortalecido mi fe.

Acabo de terminar un estudio del pro­grama virtual de formación misionera, del cual he realizado un proyecto de ca­tequesis de animación misionera enfo­cado en las beneficiarias de la casa juve­nil y proyectado a un programa radial.

Finalmente, el Diác. Artidoro Bala­guera Guerrero, diácono permanente de la Diócesis de Cúcuta, llamado y pre­parado desde el inicio del Plan Global Dioce­sano de Nueva Evan­gelización. Comenzó su labor pastoral en la parroquia Sagrada Fa­milia, donde fue miembro de la Hermandad de Jesús Nazareno y ministro extraordinario de la Sagrada Comunión. Fue presentado como can­didato al diaconado permanente por su párroco y, tras 13 años de formación con el apoyo de su familia, recibió el ministerio de lectorado en agosto de 2023 y el ministerio del acolitado en di­ciembre del mismo año. El 10 de agosto de 2024 fue ordenado diácono perma­nente. Desde su ordenación, ha servido en la parroquia San Bartolomé Apóstol y sus capillas, acompañando procesos pastorales, litúrgicos y sociales.

¿Cómo ha visto que la fe y la vida cristiana impactan en las comunida­des dónde ha trabajado?

He podido ver que la fe y la vida cris­tiana tienen un impacto profundo en nuestras comunidades parroquiales y en las capillas. Cuando las personas se encuentran con Cristo vivo, sus vi­das cambian: se renueva la esperanza, se fortalece la unión familiar y nace un verdadero sentido de fraternidad. En los grupos de oración, en la catequesis, en las celebraciones litúrgicas y en el ser­vicio a los más necesitados, se percibe cómo la fe se hace en la vida concreta. He sido testigo de cómo la Palabra de Dios ilumina decisiones, sana heridas y motiva a muchos a comprometerse más con el servicio pastoral y la misión evangelizadora.

¿Podría compartir un testimonio o experiencia concreta que haya mar­cado su servicio misionero?

Durante mi servicio misionero, he po­dido experimentar cómo el Evangelio transforma corazones y renueva comu­nidades. Recuerdo con especial gratitud una misión que realizamos casa por casa, llevando la Palabra y compartien­do momentos de oración con las fami­lias. En una de esas visitas, conocimos a una mujer que hacía años se había ale­jado de la Iglesia por situaciones perso­nales difíciles. Con sencillez nos abrió las puertas, y al compartir la Palabra y orar juntos, brotaron las lágrimas y con ellas el deseo de reconciliarse con Dios.

Semanas después, esa misma mujer volvió a participar de la Eucaristía, se integró a un grupo de oración y hoy es una servidora comprometida en su co­munidad.

¿Qué papel juega la oración y la espiritualidad en la realización de la misión?

La oración y la espiritualidad son el co­razón y el alma de toda misión cristiana. Sin ellas, la acción pastoral o evangeli­zadora corre el riesgo de convertirse en simple activismo humano.

La oración, es el encuentro con Dios que da sentido a la misión. Antes de ac­tuar, el discípulo se pone en presencia del Señor para escuchar su voluntad. Fortalece la comunión con Cristo, quien es el primer misionero del Padre. Solo quien ha estado con Él puede anunciarlo con autenticidad. Sostiene el trabajo mi­sionero en los momentos de dificultad, cansancio o persecución.

La espiritualidad, da coherencia entre lo que se anuncia y lo que se vive. La es­piritualidad misionera impregna la vida cotidiana con los valores del Evangelio. Forma el corazón del discípulo misio­nero, haciéndolo humilde, compasivo y disponible al Espíritu Santo.

En resumen: La oración da origen, la espiritualidad da forma, y la misión da fruto. Solo una comunidad que ora y cultiva su vida espiritual puede ser ver­daderamente misionera.

¿Cómo mantiene su fe y motiva­ción ante las dificultades que encuen­tra en la misión? Las dificultades no faltan, pero en me­dio de ellas descubro que el Señor siem­pre camina conmigo. Mantengo mi fe y motivación en la misión confiando ple­namente en Dios y recordando que no estoy solo en este camino. En medio de las dificultades, busco fortalecer mi re­lación con Jesús a través de la oración, la Eucaristía y la Palabra, que me renue­van interiormente. También me anima saber que cada esfuerzo, aunque parez­ca pequeño, tiene un valor ante Dios y puede transformar vidas.