
Por: Pbro. Jesús Fernando Fajardo Castellanos, vicario parroquial de Nuestra Señora del Rosario, delegado de la pastoral infantil.
¿Alguna vez has pensado en la Navidad y te has preguntado por qué celebramos el nacimiento de un bebé en un pesebre? La respuesta está en la complejidad y sencillez del misterio más grande y hermoso de nuestra fe católica: la Encarnación. Dios mismo, que es infinito y todopoderoso, decidió “asumir nuestra humanidad” (de ahí la palabra “encarnación”) y se hizo hombre como nosotros.
Imaginen que el Creador de todo el universo, las estrellas, los mares, las montañas, decide volverse un pequeño bebé indefenso que necesita un abrazo, cuidado y protección. Eso es la Encarnación.
El misterio de la Encarnación, la verdad de que el Hijo eterno de Dios, la segunda Persona de la Santísima Trinidad, consolidó la naturaleza humana, elevándola a una condición superior a la del pecado original, asumiéndola en el seno de la Virgen María por obra del Espíritu Santo, es el fundamento de la fe cristiana y la clave de la salvación. Esta doctrina, definida a través del desarrollo dogmático y la reflexión patrística, es un pilar fundamental del Magisterio de la Iglesia Católica y es explicado en el Catecismo de la Iglesia Católica como un acto de amor inmenso de Dios para la salvación de la humanidad.
La Encarnación no es una mezcla confusa de lo divino y lo humano, ni significa que Jesús sea mitad Dios y mitad hombre, sino que Él es verdadero Dios y verdadero hombre en la unidad de su única Persona divina, un dogma definido por el Concilio de Calcedonia (451 d.C.) y conocido como la unión hipostática.
Este misterio se proclama en el Credo Niceno-Constantinopolitano, donde nosotros confesamos: “por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen y se hizo hombre”.
Referencias bíblicas y dogmáticas
Diversos pasajes bíblicos testifican el misterio de la Encarnación, ayudándonos a acercarnos y comprender este grande y misterioso don de Dios para con la humanidad:
La base bíblica se encuentra en Juan 1, 14: “el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros…”. San Pablo también testifica en Filipenses 2, 6-7 que Cristo, “siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres”. Y no podemos dejar de lado el testimonio que los evangelistas Mateo y Lucas nos ofrecen sobre el acontecimiento de la Navidad.
Por otra parte, el desarrollo dogmático del misterio fue una respuesta a las herejías de los primeros siglos:
• El Concilio de Nicea (325 d.C.), condenó el arrianismo, que negaba la divinidad del Verbo, y afirmó que el Hijo es “consustancial” (de la misma naturaleza) del Padre.
• El Concilio de Calcedonia (451 d.C.), contra los monofisitas (que decían que Jesús tenía una sola naturaleza, la divina), definió la doctrina de las dos naturalezas (divina y humana) en la única persona (hipóstasis) de Cristo, sin Vida Pastoral confusión, cambio, división o separación.
Estos concilios forman parte del Magisterio solemne de la Iglesia, que ha reafirmado consistentemente esta verdad a lo largo de los siglos, como se refleja en el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC 456-460).
La visión de los padres de la Iglesia
Una de las grandes fuentes de nuestra fe y apoyo a la hora de clarificar estos misterios esenciales son los padres de la Iglesia:
• San Ireneo de Lyon: en su obra Adversus Haereses, argumentó que Cristo, el nuevo Adán, recapitula la historia de la humanidad, deshaciendo la desobediencia del primer Adán a través de su obediencia. Su famosa máxima subraya el propósito salvífico: “porque tal es la razón por la que el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre: para que el hombre al entrar en comunión con el Verbo y al recibir así la filiación divina, se convirtiera en hijo de Dios”. San Ireneo enfatizó la “recapitulación” (resumen y restauración) de la humanidad en Cristo.
• San Atanasio de Alejandría: un apasionado defensor de la divinidad de Cristo en Nicea, articuló la idea de la salvación en términos de “divinización” (theosis). En su obra, sobre la Encarnación del Verbo, argumentó que el Hijo de Dios “se hizo hombre para que nosotros pudiéramos hacernos Dios” (participar de la naturaleza divina).
¿Por qué lo hizo Dios?
Dios no necesitaba hacerse hombre para ganar algo para sí mismo. Lo hizo por amor, por amor a nosotros.
• Para salvarnos: visto que todos pecamos y con el pecado entró la muerte, era necesario. El pecado nos separa de Dios. Jesús, al ser verdadero Dios y verdadero hombre, puede ofrecernos el perdón y llevarnos de nuevo a Dios Padre.
• Para enseñarnos: “Cristo…en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación” (GS 22, 1). Nos enseñó a amar, a perdonar y a vivir obedeciendo a Dios.
• Para hacernos familia de Dios: al unirse a nuestra naturaleza humana, Jesús nos dio la oportunidad de convertirnos en hijos adoptivos de Dios.
Bibliografía
BENEDICTO XVI AUDIENCIA GENERAL miércoles 20 de junio de 2007 Catecismo de la Iglesia Católica. 2017. Librería Editrice vaticana. 456-478.
Concilio Vaticano II, Constitución Pastoral Gaudium et Spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 7 de diciembre de 1965.