“Sean perfectos como su Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48)

Por: Pbro. Jesús Alonso Rodríguez Velosa, quien adelanta estudios de maestría en Comunicación y Mercadotecnia Digital de la Universidad Anáhuac de México.
Hablar de santidad puede parecer algo lejano o reservado para unos pocos elegidos, pero en realidad, como nos recuerda el Papa Francisco, es una vocación universal. En su exhortación apostólica Gaudete et Exsultate, el Santo Padre nos invita a descubrir que la santidad no consiste en cosas extraordinarias, sino en vivir con amor y fe cada instante de la vida.
La santidad tiene rostro cotidiano
Ser santo no es solamente vivir en un convento o en un seminario o casa religiosa, es amar en lo pequeño, servir con alegría, perdonar con paciencia. Es el obrero que trabaja con honestidad, la madre que educa con ternura, el joven que lucha por ser fiel a sus valores en medio de un mundo que lo empuja a lo contrario. Es el sacerdote que acompaña a su comunidad en la esperanza y el enfermo que ofrece su sufrimiento con fe.
En estas tierras fronterizas, donde conviven tantos rostros de lucha, migración y esperanza, la santidad se manifiesta cada día en los gestos sencillos:
- En quien comparte un plato de comida con el migrante o el que pasa hambre.
- En quien ofrece un consejo, un abrazo o una palabra de aliento en medio de las pruebas.
- En quien sigue creyendo, aunque las dificultades parezcan insuperables.
El Papa Francisco decía que los santos “no son superhéroes” sino vecinos de al lado y ciertamente, en nuestras calles y parroquias hay muchos que viven la santidad silenciosa del servicio, del amor familiar y del compromiso comunitario.
La santidad es posible en medio del ruido del mundo
Hoy vivimos en una sociedad saturada de ruido, distracciones y urgencias. Las redes sociales nos empujan a buscar reconocimiento inmediato; el trabajo y la economía exigen resultados constantes. Sin embargo, Jesús nos invita a mirar más allá: “busquen primero el Reino de Dios y su justicia” (Mt 6, 33).
Ser santo hoy, es poner a Dios en el centro de la vida. Es abrir espacio al silencio, a la oración, a la escucha del Evangelio. Es descubrir que cada acción, por sencilla que sea, puede hacerse con amor y convertirse en ofrenda. No se trata de vivir sin errores, sino de vivir en camino de conversión, confiando en la misericordia de Dios. La santidad se cultiva en la perseverancia, en la humildad, en reconocer nuestras caídas y levantarnos con esperanza.
Una santidad con rostro de frontera
Nuestra región, marcada por la movilidad, la pobreza y también por una inmensa capacidad de solidaridad, es un lugar privilegiado para testimoniar el Evangelio. En los barrios populares, en las parroquias que acogen a los necesitados, se refleja el rostro de Cristo que sigue diciendo: “tuve hambre y me diste de comer” (Mt 25, 35- 40). Aquí, en Cúcuta, la santidad se traduce en compasión concreta, en abrir la puerta al más necesitado, en educar al niño sin recursos, en acompañar al anciano, en luchar contra la indiferencia. Ser santo es tener el corazón disponible para amar, aun cuando cueste.
Llamados a la alegría de los santos
La santidad no es tristeza ni renuncia estéril: es la alegría más profunda. Quien vive unido a Dios experimenta una paz que el mundo no puede quitar. Por eso, Gaudete et Exsultate comienza con una invitación: “alégrense y regocíjense”. Ser santo no apaga la vida, la llena de sentido, hoy Jesús sigue llamándonos a ser perfectos, no en el sentido de no fallar nunca, sino en el de amar como Él ama. La perfección cristiana es la plenitud del amor. En cada jornada, en la familia, el trabajo o la comunidad, podemos hacer de nuestras acciones una respuesta a ese llamado.
No tengamos miedo a ser santos hoy. Cúcuta necesita hombres y mujeres que irradien esperanza, que sean luz en medio del mundo en que se vive, llevar paz donde hay conflicto y fe donde hay desesperanza. La santidad no es una meta lejana ni una carga pesada. Es la vocación más hermosa que podemos tener: vivir como hijos amados de Dios, reflejando su amor en el mundo. En nuestra frontera, donde se cruzan tantas historias, cada uno puede ser un puente, un signo, una semilla de Reino.
Que la Virgen María, modelo de santidad en lo cotidiano, nos ayude a descubrir que la santidad no se aplaza para mañana: se vive hoy, aquí y ahora, en cada acto de amor, en cada decisión por el bien, en cada sonrisa compartida.