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El Viacrucis, su historia y las gracias que obtendremos al meditarlo

El Viacrucis, su historia y las gracias que obtendremos al meditarlo

Por: Sem. Alex Johan Sarmiento Camargo, III de Configuración.

Un claro fundamento de nuestra fe es aceptar y re­conocer el misterio de Je­sucristo en su pasión, muerte y resurrección. Este acontecimien­to será para la Iglesia naciente el propósito de su predicación (Hch 2,23-24; 3,13b-15) y para el hoy de nuestra vida cristiana, es un llamado a volver sobre este hecho una y otra vez, de manera, que a la luz de la contemplación de Cristo crucificado podamos asumir con valentía el camino de la cruz en nuestra vida (Mt 16, 24).

La Iglesia nos regala durante este tiempo cuaresmal, un espacio para volver sobre nuestras vidas y re­flexionar sobre nuestro compromi­so cristiano. Un instrumento nece­sario para este camino penitencial es la contemplación del santo Viacrucis o “Camino de la Cruz”. La vía dolorosa nos presenta ese último recorrido emprendido por Jesús hasta el Calvario, esto por medio de unas “Estaciones” que nos relata aquellos sucesos pre­cisos que sufrió Jesús por nuestra salvación.

¿A qué tiempo nos remonta esta tradición?

Datos históricos, aunque de una manera no explicita, narran la experiencia de los cristianos del siglo IV, que, de una manera pia­dosa durante los días santos en Jerusalén, recorrían el camino del Calvario. Esto es fruto del valor que fueron tomando los lugares santos, motivando a multitud de fieles a peregrinar hasta allí.

Aunque con exactitud no se sabe el origen de esta devoción popu­lar, se les atribuyen a los frailes franciscanos el origen de este acto de piedad, esto debido a la conce­sión en 1342 de la custodia de los lugares sagrados en Tierra Santa.

Estos con el deseo de prolongar el recuerdo de tan grande aconteci­miento salvador, invitaban a los fieles a peregrinar sobre la “Vía Dolorosa”.

Surge pues la necesidad de repre­sentar los lugares santos de una manera más asequible a los fieles, esto por las invasiones musulma­nas u otras condiciones que difi­cultaban la tranquilidad de una peregrinación. Por este motivo, durante los siglos XV y XVI en di­ferentes partes de Europa se reali­zaron la representación a través de catorce estaciones, que eran pues­tas en sus templos donde los fieles se hacían devotos peregrinos que veneraban los lugares santos. Un gran propagador de esta devoción es el Beato Álvaro de Córdova, que tras regresar de Tierra Santa (1420) decide construir en su con­vento dominico, capillas dedica­das a representar las principales escenas de la Pasión del Señor.

Parece ser que la forma actual, surgió en España durante el siglo XVII impulsada por los frailes franciscanos y motivada por el Papa Inocencio XI que en 1686 les concede el derecho de erigir “Es­taciones de la Cruz” en las iglesias y así obtener indulgencias a sus fieles sin necesidad de trasladarse a Tierra Santa. De igual manera, será Clemente XII en 1731 quien extenderá las indulgencias a todos los templos que tuviesen las Esta­ciones, fijado también en catorce la cantidad de estas.

La contemplación de esta oración de piedad ha sido punto de re­flexión de los sumos pontífices. Es el caso de San Juan Pablo II, que para el Año Santo 2000, hace una meditación acerca de cada una de las estaciones del Viacrucis. Tam­bién, para Benedicto XVI es una experiencia que le invita a “con­templar a Cristo crucificado para tener la fuerza de ir más allá de las dificultades” (Palabras del Santo Padre Benedicto XVI al final del vía crucis en el coliseo palatino, 2012). Testimonio de la oración continua a través de este ejercicio de piedad popular ha sido el Papa Francisco, que desde su senci­llez expresa que siempre lleva en su bolsillo el Viacrucis y lo reza constantemente porque “es seguir a Jesús con María en el camino de la cruz, donde Él dio su vida por nosotros, por nuestra redención. En el Viacrucis se aprende el amor paciente, silencioso y concreto” (Audiencia general, aula Pablo VI, 30 de enero 2019).

¿Por qué es tan importante esta meditación? ¿Qué gracias obtengo?

No cabe duda de los méritos que recibe el cristiano a la hora de me­ditar cada estación del Viacrucis, por ello durante este tiempo de la Cuaresma estamos invitados du­rante cada viernes a contemplar cada uno de los instantes vividos de Nuestro Señor Jesucristo rum­bo al Calvario. Pero esta práctica, no se reduce solo a este tiempo de preparación al Triduo Pascual, sino que se puede realizar todos los días. Ahora cinco razones que nos motivarán a orar con el Via­crucis:

  1. Nos permite unirnos al pade­cimiento de Nuestro Señor Jesucristo: cuando oramos y meditamos cada estación, sen­tiremos la gracia y la fuerza del Señor en nuestras vidas, al unir nuestros padecimientos (enfer­medad y muerte) a sus dolores. Somos instrumentos que da cumplimiento a lo dicho por el Apóstol Pablo: “Completar con nuestra carne lo que falta en mi carne en las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1, 24-26).
  • Nos sentiremos acompañados ¡Jesús sufre con nosotros!: cuando nos detenemos a con­templar cada acontecimiento vivido por Cristo para el per­dón de nuestros pecados, sen­tiremos la fuerza del Señor que nos dice ¡ánimo, no llevas tu cruz solo! Yo te acompaño (Jn 3, 16).
  • Nos ayuda a reconocer nuestro papel en el acontecimiento re­dentor: cada vez que nos dete­nemos a meditar cada momento vivido por Jesús, descubrire­mos nuestro lugar ¿Quién soy en este momento de mi vida? ¿el Cirineo? ¿la virgen María, que permanece fiel? ¿las mu­jeres de Jerusalén, que lloran ante tal acto? ¿la Verónica? ¿la gente indiferente? …
  • Sentiremos con firmeza la mi­sericordia de Dios: recibiremos indulgencia plenaria, a quienes devotamente hagan el Viacru­cis, haciéndolo de corazón con un firme deseo de conversión.
  • Nos abre a la esperanza ¡ha Resucitado!: si somos fieles y nos unimos a Cristo en su do­lor, también degustaremos con él en la resurrección. El mal, la enfermedad, la muerte, lo duro de la vida, no tiene la última palabra. La misericordia, el perdón y la paz triunfarán.