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La Grandeza en lo Simple: Lecciones de San José para el Mundo Moderno

La Grandeza en lo Simple: Lecciones de San José para el Mundo Moderno

Por: Lic. Ingrid Camila Pérez Prieto, misionera de Lazos de Amor Mariano.

En medio de la historia sagrada, hay un hombre cuya presencia a menudo se pasa por alto, pero cuyas virtudes trascienden en el tiem­po. Imagina a un humilde carpintero, enfrentando desafíos extraordinarios con una fuerza silenciosa y una fe in­quebrantable. Ese hombre es san José, cuya vida nos enseña lecciones perdu­rables sobre la fortaleza, la dedicación y el amor incondicional.

En un mundo lleno de falsos modelos, ideales ilusorios y artificiales, donde su mensaje es tan fuerte que logra llegar a todas las edades pasando por alto las verdades del Evangelio. La Escritura nos presenta una figura que sabe contraponerse al sistema mo­derno, que va más allá de cualquier época; un hombre que no se le conoce una sola palabra, pero su vida fue tan dinámica y laboriosa que hizo mucho ruido en el cielo, que estremece con insurgencia al bullicio y se antepone a los que quieren siempre vender su imagen y ser vistos por los demás.

San José: el arquetipo del líder servidor: ¿Qué define a un verdadero líder? ¿es la fuerza bruta, la riqueza o el reco­nocimiento público? O quizás, ¿es la humildad, la dedicación y el sacrificio silencioso por el bien de los demás? En el caso de san José, la respuesta es clara. Su vida encarna virtudes que trascienden el tiempo y que hoy más que nunca necesitamos recordar y ce­lebrar.

Todos hemos sido llamados por Dios para ser pastores, líderes de una parte del redil; ya sea en el hogar, nuestro trabajo, nuestra profesión o a la voca­ción que se nos fue dada.

Sin embargo, ¿qué debo hacer para ser un buen lí­der? El gran fraile capuchino, conoci­do como el Santo de los Estigmas, san Pío de Pietrelcina dijo una vez: “San José, con el amor y la generosidad con que guardó a Jesús, así también guardará tu alma, y como lo defendió de Herodes, así defenderá tu alma del Herodes más feroz: ¡el diablo! Todo el cariño que el Patriarca san José tiene por Jesús, lo tiene por ti y siempre te ayudará con su patrocinio”; con esto, san Pío nos evoca la idea de lo que es un verdadero líder, que aunque con impedimentos y adversidades -supo guiar porque se dejó guiar-, entendió qué hacer porque, supo escuchar; en­frentó con valor los obstáculos, ya que su confianza la tenía enteramente en Dios.

Continúa diciendo el fraile: “Él te li­brará de la persecución del malvado y orgulloso Herodes, y no permitirá que tu corazón se separe de Jesús. ¡Ite ad Ioseph! Acude a José con ex­trema confianza, porque yo, como santa Teresa de Ávila, no recuerdo haberle pedido nada a san José sin haberlo obtenido de buena gana”. De esta manera, siguiendo las enseñanzas de san José se entiende que solo en la humildad y el sacrificio que no espera recompensa, se llega a ser un líder al servicio de los demás.

San José y el poder del silencio: El Evangelio de san Mateo 2, 14, dice que: “Él se levantó, tomó de no­che al niño y a su madre, y se retiró a Egipto”. San José fue en toda la Escritura, un hombre de acción, aun­que no refiera ninguna palabra a este santo, nos expone en gran medida su dinamismo, enseñándonos a actuar movidos antes por el saber escuchar y obedecer. Callar no significa no de­cir nada y muchas veces nos cuesta más el silencio interior, pues es en el interior donde cargamos con voces que nos incitan a un activismo sin re­flexión y a pensamientos embotados que no nos proporciona antes una consideración de nuestros actos.

Llenos de inmediatez, con el anhelo de conseguir todo “ya” y de la mane­ra “más fácil”, el ser humano ha per­dido la capacidad de razonar por sí mismo, de interiorizar y escuchar en silencio la voz del Espíritu Santo que nos indica siempre el camino que conduce a la voluntad del Padre. A cambio de eso, hemos abierto el oído interior (del alma) y el oído exterior, a aquello que nos genera meramente placer, que alimenta nuestro ego y nos conduce a una cultura del YO; nos olvidamos de Dios, pero también del que está más próximo, para dar prioridad a nuestro beneficio egoísta y soberbio.

San José aceptó todo por amor y al igual que María, en cada circuns­tancia de su vida pronuncia también su «FIAT». San Juan Pablo II nos expresa que él [san José]: «Aceptó como verdad proveniente de Dios lo que ella ya había aceptado en la anunciación… Cuando Dios revela hay que prestarle “la obediencia de la fe”, por la que el hombre se con­fía libre y totalmente a Dios, pres­tando a Dios revelador el homenaje del entendimiento y de la voluntad y asintiendo voluntariamente a la re­velación hecha por él» (Redemptoris custos II).

San José, modelo de un amor incondicional: ¿Qué significa realmente el amor incondicional? ¿a qué le llamamos amor? La felicidad no está en las co­sas que hacemos, sino en el amor con lo que hacemos cada cosa. Cuando José aceptó a María por esposa (ref. Mt 1, 19-20) la aceptó con todo lo que implica ser también padre adopti­vo del Mesías, esposo de la más pura y humilde de todas las criaturas y el custodio de los más grandes tesoros de Dios. En efecto, José amó tan in­condicionalmente a su esposa y a su hijo porque estaba desbordantemente lleno del amor de Dios. Lo que nos lleva a cuestionar ¿de qué manera estoy amando? y ¿por qué me cuesta tanto amar? san Juan en sus cartas nos da respuesta a todo esto cuando dice: “Nosotros amemos, porque Él nos amó primero” (1 Jn 1, 19). Sabremos amar en la medida en que nos deja­mos amar por Dios. Su amor, no es un premio o una recompensa por nues­tras acciones, no es meritorio, no es exclusivo. El amor que Dios nos tiene a cada uno es un amor particular, un amor que solo sabe contar hasta uno, no es algo que se gana pues no hay nada que hagamos para que Dios nos ame menos. San José entendió bien esto, se dejó amar por Dios y su amor fue tan dilatado que Dios no resistió en escogerlo a él para salvaguardar en sus brazos la vida de María y Jesús. Este querido santo nos enseña hoy que para amar incondicionalmente hay que dejarnos amar primero por Dios, solo eso nos dará la fuerza y la valen­tía necesaria para llevar a cabo nues­tros deberes y para vivir en armonía con los que están cerca.

San José, ejemplo de obediencia y fe: El Padre le quiso manifestar a José, así como a María, su voluntad y les reveló su plan. En él lo hizo por me­dio de sueños. Cuando José pensó en repudiar a María en secreto (Mt 1, 19) en su corazón se descubre un gran di­lema, uno que luego es socorrido por el ángel cuando le dice: “No temas aceptar a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella proviene del Espí­ritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1, 20-21). Al terminar el sueño, su respuesta fue instantánea: “Cuando José despertó, hizo lo que el ángel del Señor le había mandado” (Mt 1, 24). No se detuvo a considerar lo que el Señor le había revelado, no cuestionó su Palabra ni dudo un segundo de la misión a la que Dios lo llamaba. Su respuesta nos en­seña cómo debe ser la nuestra, pues con ella supo obedecer superando su drama y salvando a María. De la mis­ma manera, lo hizo siempre, pues en Belén cuando los acechaba Herodes con intenciones de acabar con la vida de su Hijo, el ángel nuevamente en sueños le impera: “Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y huye a Egipto; quédate allí hasta que te diga, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo” (Mt 2, 13). José no es­pera otra confirmación, no contradice las indicaciones específicas que Dios le da.

El Papa nos explica en su carta apos­tólica Patris Corde que: “En cada cir­cunstancia, José supo pronunciar su “fiat”, como María en la Anunciación y Jesús en Getsemaní”. Añade, lo que este ejemplo de obediencia significó para Jesús: “José, en su papel de ca­beza de familia, enseñó a Jesús a ser sumiso a sus padres, según el manda­miento de Dios (cf. Ex 20, 12). En la vida oculta de Nazaret, bajo la guía de José, Jesús aprendió a hacer la vo­luntad del Padre. Dicha voluntad se transformó en su alimento diario (cf. Jn 4,34). Incluso en el momento más difícil de su vida, que fue en Getse­maní, prefirió hacer la voluntad del Padre y no la suya propia y se hizo «obediente hasta la muerte […] de cruz»” (Flp 2, 8).

De esta manera, así como José con una fe inquebrantable aceptó los de­seos de Dios, Jesús también quiso aprender sometiéndose en obediencia a las enseñanzas de José. Dicho de otra manera, el ejemplo que José nos da, debe servirnos para no temer a lo que Dios pide de nosotros, dispuestos para escuchar y prontos para respon­der.

El santo sacerdote conocido por su especial devoción a María y a Jesús Eucaristía, fundador de la comunidad religiosa de los redentoristas, san Al­fonso María de Ligorio dice que: “El santo ejemplo de Jesucristo, quien, mientras estuvo en la tierra, honró tanto a san José y fue obediente a él durante su vida, debería ser suficiente para inflamar los corazones de todos con la devoción a este santo”, agrega “No hay duda al respecto: así como Jesucristo quiso estar sujeto a José en la tierra, así hace todo lo que el santo le pide en el Cielo”.

San José, verdadero padre y esposo: En una de sus homilías, el Papa san Pablo VI manifiesta que su paternidad es concreta y definitiva: «Al haber he­cho de su vida un servicio, un sacrifi­cio al misterio de la Encarnación y a la misión redentora que le está unida; al haber utilizado la autoridad legal, que le correspondía en la Sagrada Familia, para hacer de ella un don total de sí mismo, de su vida, de su trabajo; al haber convertido su voca­ción humana de amor doméstico en la oblación sobrehumana de sí mismo, de su corazón y de toda capacidad en el amor puesto al servicio del Mesías nacido en su casa». La paternidad de José como su matrimonio con María, estuvo sujeta por la ternura y la en­trega total de sí mismo. Jesús vio la ternura de Dios en José: «Como un padre siente ternura por sus hijos, así el Señor siente ternura por quienes lo temen» (Sal 103, 13).

En una sociedad que nos enseña la dureza y la frialdad de la figura mas­culina ante los deberes conyugales y paternos, José se opone como ejemplo de esposo y padre. Aprendiendo de él entenderemos lo que conlleva amar y servir en la iglesia doméstica, es decir en la familia, en el hogar. Al finalizar este artículo, elevemos juntos la si­guiente súplica a nuestro querido pa­dre san José diciendo juntos con fe y devoción:

Enséñanos, José, cómo se es “no pro­tagonista”, cómo se avanza sin piso­tear, cómo se colabora sin imponer­se, cómo se ama sin reclamar. Cómo obedecer sin rechistar, cómo ser es­labón entre el presente y el futuro, cómo luchar frente a tanta desespe­ranza, cómo sentirse eternamente jo­ven. Dinos, José, cómo se vive siendo “número dos”, cómo se hacen cosas fenomenales desde un segundo pues­to. Cómo se sirve sin mirar a quién, cómo se sueña sin más tarde dudar, cómo morir a nosotros mismos, cómo cerrar los ojos, al igual que tú, en los brazos de la buena Madre. Explíca­nos cómo se es grande sin exhibirse, cómo se lucha sin aplauso, cómo se avanza sin publicidad, cómo se perse­vera y se muere uno sin esperanza de un póstumo homenaje, cómo se alcan­za la gloria desde el silencio, cómo se es fiel sin enfadarse con el cielo.

Dínoslo, buen padre José.