Por: Monseñor José Libardo Garcés Monsalve, Obispo de la Diócesis de Cúcuta
Comenzamos el mes de octubre, cuando nos enfocamos en reflexionar sobre la tarea y misión de la Iglesia, que es llevar el Evangelio a todos, porque “evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda” (‘Evangelii Nuntiandi’ #14), cumpliendo de esa manera con el mandato del Señor “Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos y bautícenlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo… y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 19-20). Con esta certeza podemos abrirnos a ser obreros del Señor en salida misionera.
En nuestra Diócesis de Cúcuta estamos en estado permanente de misión, el Obispo, los sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas y fieles bautizados, estamos en salida misionera, dispuestos a proclamar por todas partes a Jesucristo Nuestro Salvador, cumpliendo con fidelidad el mandato del Señor que el Documento de Aparecida expresa diciendo que: “todos nosotros como discípulos de Jesús y misioneros, queremos y debemos proclamar el Evangelio, que es Cristo mismo. Anunciamos a nuestros pueblos que Dios nos ama, que su existencia no es una amenaza para el hombre, que está cerca con el poder salvador y liberador de su Reino, que nos acompaña en la tribulación, que alienta incesantemente nuestra esperanza en medio de todas las pruebas” (DA 30).
Asistimos a un momento histórico en donde muchos en la sociedad viven sin Dios y a veces quieren imponer esta manera de pensar y de vivir a los creyentes, pero con la convicción y el fervor que nos da el Espíritu Santo, caminamos juntos escuchando la voz de Dios con la disponibilidad de hacer en todo momento su voluntad, siendo auténticos misioneros del Señor, anunciándolo en todos los ambientes y sectores, aún en los más difíciles, abiertos a la gracia del Espíritu Santo que nos da la fortaleza necesaria para dar testimonio de Jesucristo por todas partes, porque “el Espíritu en la Iglesia forja misioneros decididos y valientes como Pedro (Cf. Hch 4, 13) y Pablo (Cf. Hch 13, 9), señala los lugares que deben ser evangelizados y elige a quienes deben hacerlo (Cf. Hch 13, 2)” (DA 150), para que se cumpla el mandato misionero de ir por todas partes a transmitir la Persona, el mensaje y la Palabra de Nuestro Señor Jesucristo.
Esta tarea que es mandato del Señor no es para unos pocos en la Iglesia, sino para todos los bautizados, pues con el bautismo somos elegidos por Dios como discípulos misioneros y a la vez llamados y enviados por la Iglesia a la acción misionera en el mundo, que debe ser iluminado por la Palabra de Dios. Así lo recuerda el Papa Francisco cuando afirma: “En todos los bautizados, desde el primero hasta el último, actúa la fuerza santificadora del Espíritu que impulsa a evangelizar” (‘Evangelii Gaudium #119), de tal manera que, cada día debemos tomar mayor conciencia de esta misión que es para todos, no importando el lugar y el estado de vida en que se encuentra cada uno, basta simplemente tener a Dios en el corazón y estar lleno de su gracia y presencia para salir con alegría a dar testimonio de Él.
Por lo anterior, entendemos que la evangelización no se hace con mucha ciencia humana, sino con la sabiduría que viene de Dios, que es un don del Espíritu Santo, que hace que habite en nuestro corazón la gracia y que tengamos fervor interior para transmitirla, porque “si uno de verdad ha hecho una experiencia del amor de Dios que lo salva, no necesita mucho tiempo de preparación para salir a anunciarlo, no puede esperar que le den muchos cursos o largas instrucciones. Todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús” (EG 120).
Esta fue la experiencia de los primeros discípulos del Señor, ellos después de experimentar el amor de Dios, de inmediato salieron con gozo a transmitir lo que estaban viviendo en sus vidas y lo hacían con gozo y convicción “hemos encontrado al Señor” (Jn 1, 41), y esta es la misión nuestra, vivir el amor de Dios en la propia vida y querer extender ese amor a otros, siendo auténticos misioneros del Reino de Dios, porque “todos somos llamados a ofrecer a los demás el testimonio explícito del amor salvífico del Señor, que más allá de nuestras imperfecciones nos ofrece su cercanía, su Palabra, su fuerza, y le da un sentido a nuestra vida” (EG 121).
Para un mundo sin Dios, la misión de todos nosotros los bautizados se hace más necesaria y urgente, porque la humanidad sin Dios, pierde toda esperanza. Así lo expresó el Papa Benedicto XVI cuando dijo: “El hombre necesita a Dios, de lo contrario queda sin esperanza” (‘Spe Salvi’ 23), cayendo en el abismo más sombrío y tenebroso, donde puede sacarlo solamente el amor de Dios manifestado a través de nuestra presencia misionera. Se trata de no perder la motivación para evangelizar, recordando que la “primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido, esa experiencia de ser salvados por Él, que nos mueve a amarlo siempre más” (EG 264).
Como creyentes en Jesucristo, sigamos en salida misionera haciendo discípulos misioneros del Señor, comenzando ese anuncio en el propio hogar y en el entorno en el que vivimos. Que este mes misionero que vamos a vivir juntos, sea un momento especial de gracia para conocer y amar más a Jesucristo, dándolo a conocer a nuestros hermanos, incluyendo a aquellos que no lo conocen o lo rechazan abiertamente. Que la Santísima Virgen María y el glorioso Patriarca San José, alcancen del Nuestro Señor Jesucristo el fervor misionero para cumplir con el mandato del Señor de ir por todas partes a hacer discípulos misioneros del Señor.
En unión de oraciones, reciban mi bendición.